Dentro de mi
satisfactoria y gozosa dedicación durante unos cincuenta años al mundo de la Jardinería me han entusiasmado
muy especialmente los jardines históricos, en los que se añaden a los
atractivos de la vegetación en sí la evocación y el estudio de las épocas en
que fueron creados y los personajes que los disfrutaron.
Dediqué cinco años a salvar y restaurar los
jardines de la Hacienda
de El Retiro de Fray Alonso, que tiene unos tres siglos y está situada en
Churriana (Málaga), y diez años al Jardín Botánico-Histórico La Concepción , que tiene
más de un siglo y medio y está a la salida de Málaga en dirección a Madrid.
Visitas en 1998 y en 2003
Y ahora que los reyes de España ya no son mi
coetáneo Don Juan Carlos y Doña Sofía, sino Felipe VI y Doña Leticia, he estado
recordando la visita de los primeros a La Concepción el 22 de Junio de 1998, y la del
entonces príncipe el 5 de Enero de 2003.
La jornada de los Reyes en 1998
La entonces alcaldesa de Málaga, Celia
Villalobos, y la concejala responsable del Patronato Botánico Municipal y del
Jardín Botánico-Histórico La
Concepción , Ana Rico, me avisaron de la inminente visita
regia, y el viejo edificio rehabilitado para las oficinas de dicho Patronato se
transformó en un par de días como por arte de magia.
El entonces y ahora Jefe de Protocolo del
Ayuntamiento, Rafael Illa, hizo de mago con los correspondientes operarios, y
transformaron varias vetustas estancias en un dormitorio y un cuarto de baño
regios, y un despacho en cuya decorativa mesa pusimos el Libro de Honor de La Concepción , del que
conservo la fotocopia de la primera página, en la que se lee:
“Al Jardín Botánico de La Concepción con nuestro
saludo más afectuoso.
Juan
Carlos R. Sofía R. 22-VII.98.”
Las recepciones y las piezas
arqueológicas
A lo largo del día los Reyes recibieron a
tres amplios colectivos de personas notables, y mientras él charlaba con todos
y les hacía reír con su simpatía y su buen humor habituales, ella empezó a
preguntarles cosas a la alcaldesa y la concejala, que me llamaron.
Y tras charlar sobre varios asuntos que le
interesaban le dije que, dada su conocida afición a la Arqueología , le podía
gustar ver el pequeño pero refinado Museo Loringiano, cerca del cual y dentro
del cual había estatuas y restos de mosaicos romanos, que habíamos
complementado con unos paneles informativos y con una amplia foto del gran
mosaico romano que ocupaba todo el suelo, y que los propietarios vascos de La Concepción se llevaron
al mausoleo familiar sito en su tierra.
Y también habíamos puesto una copia en papel de la
Lex Flavia Malacitana, por la que se regía
esta tierra en el siglo primero de nuestra era, y cuyo original en bronce
estaba y está en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. Y quedamos en que
después de la comida en el cenador de las glicinias no bajaríamos hasta la
entrada principal por el camino ancho sino caminando a lo largo del arroyo de
la ninfa, para ver dicho museíto y las estatuas.
Precauciones en cuanto a la
seguridad de los reyes
Y aquí es imprescindible retroceder un par de días, para hablar de las
precauciones en cuanto a la seguridad de nuestros regios visitantes. Mientras
se estaba acondicionando todo aquello me anunció la simpática y eficaz
secretaria Pilar Arcá que dos guardias de seguridad de los reyes querían verme,
y entraron en mi despacho dos mocetones uniformados que parecían sacados de una
película sobre la policía montada del Canadá o algo parecido, y que efectivamente
tenían a sus caballos esperando fuera (afortunadamente).
Me pidieron que pusiese a su disposición a
alguien que les guiase al rodear por completo la finca, para inspeccionar la
alambrada que la circunda y analizar si algún tirador podría disparar desde
algún sitio, cortando o no para ello la alambrada. Les presenté a la persona
adecuada y no volví a verlos.
Y en cuanto llegaron los reyes vimos que
siempre había muy cerca dos hombres de paisano que obviamente pertenecían
también al equipo de seguridad.
El paseo hasta la salida y las
tres sorpresas
El recorrido vespertino desde el cenador de
las glicinias hasta el Museo Loringiano y la puerta de entrada y salida del
público fue digno de una escena cinematográfica.
En la gran foto del diario Sur del 23 de Junio de 1998 se veía abajo un
tramo del arroyo de la ninfa y la propia estatua de la ninfa, y desde la derecha
de la foto a Ana Rico, Doña Sofía, Celia Villalobos, Don Juan Carlos, Javier
Arenas (que actuaba como Ministro de Jornada), un servidor de ustedes, un
guardaespaldas y el ya mencionado Jefe de Protocolo, Rafael Illa.
Yo iba hablándoles de algunas plantas que íbamos
viendo, como en este caso los nenúfares, y en un momento dado la Reina , siempre interesada
por todo, preguntó:
-¿Y
también hay aquí animales?
Y cuando yo contesté que sobre todo aves, y
que las estaba catalogando un equipo de ornitólogos, me desmintieron de
inmediato tres apariciones sucesivas.
De pronto salió del arroyo un erizo, que al
parecer estaba bebiendo o bañándose, y que cruzó tranquilamente el sendero
justo delante de los zapatos de la
Reina , motivando nuestras exclamaciones de asombro, y
desapareciendo de inmediato entre la espesura. ¡Qué capacidad de convocatoria
tiene Doña Sofía!, pensé.
Y al volver la mirada hacia adelante
descubrí horrorizado que uno de los caballos de los guardias había dejado allí
una prueba inequívoca de su paso. Me adelanté señalando a las copas de los
árboles más altos y hablando de ellos, para que toda la comitiva mirase hacia
arriba, y puse mis zapatos de manera que ocultaron aquello.
Y en
cuanto pasó ese peligro nos asustó algo inesperado. No he dicho que además del mencionado
guardaespaldas había otro que caminaba unos diez o quince metros antes que
nosotros y mirándonos, pues andaba hacia atrás y giraba la cabeza continuamente
para no caerse en el arroyo. Estaba claro que iba así para que entre los dos lo
controlasen todo.
Y de pronto nos quedamos de piedra cuando
empezó a señalarnos con un dedo índice acusador, y moviendo la mano
nerviosamente. Yo pensaba: ¿pero qué ocurre?, ¿quién de nosotros puede
resultarle sospechoso? Y él seguía señalando. De pronto empezó a acercársenos,
siempre con el dedo apuntando a alguien, y por fin vimos con alivio que llegaba
hasta la primera de la fila, Ana Rico, y le quitaba de su chaqueta blanca un
escarabajo negro que se veía al día siguiente como una rayita en la foto del diario Sur.
En dicho periódico constaba al día siguiente
que la Reina
había recalcado que “La
Concepción es un paraíso”, y contaba algo que me gustó mucho
cuando lo presencié.
Yo le había dicho a todo el personal que
cuando estuviésemos a punto de llegar a la verja de entrada y salida formase
una fila ante la casita de la taquilla, para que lo Reyes les saludasen al
pasar. Y podían haberse limitado a hacer unos gestos de despedida y decir
adiós; pero la Reina
se detuvo y con una gran sonrisa acompañada con unos gestos de las manos les
dijo algo así:
-Venid,
venid, acercaos para que os demos la enhorabuena por cómo está el jardín de
cuidado, y cómo ha funcionado todo a lo largo de este día maravilloso.
La jornada del Príncipe Felipe el
5 de Enero de 2003
Eran los tiempos en que habían urgido
conflictos a causa de las relaciones de Felipe de Borbón con la modelo Eva
Sannum, y él había tenido que terminarlas, y nos anunciaron que pasaría en La Concepción unas horas
el 5 de Enero, durante una comida y un encuentro con no recuerdo qué colectivo,
quizás de empresarios o algo semejante.
El caso es que todos sabíamos que el
príncipe estaba muy triste y muy solitario, y decidí hablar con las guías que
explicaban cosas sobre el jardín en varios idiomas, y al frente de las cuales
estaba Soraya, que desempeñaba su cargo perfectamente.
-Ya sabéis lo que le ha pasado al príncipe y
lo triste que está -les dije-, y considero importante para el país que
encuentre cuanto antes una joven estupenda. Lógicamente Soraya y Estefanía
tienen mucho adelantado gracias a sus nombres; pero las demás no dejéis de
intentarlo. En consecuencia os ruego que me entreguéis antes de ese día un
folio con una foto, vuestro nombre, vuestra edad, vuestros datos de contacto, y
obviamente ese objeto tan importante para un príncipe.
-¿Qué objeto? ¿Qué quieres decir? – preguntaron intrigadísimas.
-Evidentemente un zapatito. Dadme cada una un zapatito
dentro de una bolsa bonita, y yo se los haré llegar otro día, pues no es cosa
de entregárselos delante de todos los asistentes a la comida.
-¡Huy, qué horror! -exclamó Estefanía-, entonces yo no
tengo ninguna esperanza, porque calzo un 42.
-Bueno, pero no te desanimes, que yo le diré que eres una
mujer con una base muy sólida. Y cuando él vaya a salir os telefonearé para que
forméis delante de la taquilla y le despidáis con una sonrisa cuando pase con
su coche. ¡Tenemos que animarle!
Pero, como todo
el mundo sabe, la sensacional aparición de una atractiva e inteligente
asturiana impidió que yo, por única vez en mi vida, actuase de casamentero.
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