Empiezo a fines del año 2014 esta serie de
textos breves, y lo hago con un canto de amor a los libros y la lectura que
acabo de leer en el número de Noviembre-Diciembre de la revista El Ciervo de Barcelona, en la que
colaboré con muchos artículos hace bastantes años, y mi mujer, María Luisa Nadal Escalona, pertenecía
al consejo de redacción de Madrid, y también publicó algunos.
En este último número Toni Comín, hijo de
Alfonso Carlos Comín, culmina una serie de tres artículos interesantísimos sobre
su estancia en la casa de Nelson Mandela.
Llega un momento de la noche en que Mandela
se retira a dormir, y su esposa sigue charlando un rato más con Comín. Y mientras
Mandela va subiendo las escaleras comenta que va a leer un rato, y añade con
una gran añoranza: “¡En la cárcel sí que tenía yo tiempo para leer, y no como
en todos estos últimos años!”.
Los aficionados a la lectura nos alegramos
mucho de que en sus 27 años de cárcel tuviese tiempo de leer muchíiiiisimo…
***
Una de las frases más sencillas y más
veraces que escribió Jorge Luis Borges me gusta mucho: “La Literatura es una de
las formas de la felicidad”.
Y se atribuye a varias personas otra
estupenda, que asegura que “El dinero no da la felicidad; pero ayuda a comprar
libros”.
***
Entre las personas que lógicamente leen
muchísimo, porque son académicos de la lengua, hay algunos que se llevan fatal
con otros, y el caso más divertido que conozco se refiere a dos miembros de la Real Academia Francesa. Hace bastantes
años me contaron que como muchos académicos eran muy mayores había con cierta
frecuencia entierros, muchos de los cuales se celebraban en el famoso Cementerio
del Padre Lachaise, en París.
Al terminar uno de ellos volvían juntos
caminando hacia el centro de la capital dos académicos que se odiaban, y que
vivían en el mismo barrio. Y al cabo de un rato el que tenía menos años le
preguntó al otro:
-¿Y a usted le merece realmente la pena venir
hasta el centro, para tener que volver muy pronto al cementerio?
***
Hablando de personas que han alcanzado
edades muy avanzadas recuerdo que un gran amigo mío me contó que tenía en tío
en el norte de España que se mantenía bastante bien de salud pese a haber
cumplido noventa años.
Mi amigo fue a verle en fecha tan señalada,
y su tío le comentó que sentía desde hacía poco algunas molestias y que al día
siguiente tenía hora con un médico. Fueron los dos, y cuando el doctor le
recomendó una medicina y extendió la receta, él la cogió con aspecto preocupado
y hasta receloso y le preguntó al médico:
-¿Pero esto no me creará hábito?
***
Ese amigo y yo estudiamos juntos la carrera
de doctor ingeniero agrónomo, y por asociación de ideas me acuerdo ahora de que
hace muchos años me telefoneó a la oficina del Ministerio de Agricultura en
Málaga un importantísimo alto cargo del Ministerio en Madrid, y me dijo que iba
a Canarias pero quería pasar un par de días en Málaga, y ver algunos ejemplos
especiales o curiosos de agricultura y ganadería.
-Habla con el jefe de los veterinarios,
esperadme ambos en el aeropuerto, y como siempre estoy viendo explotaciones
modernísimas y ejemplares buscar algo original.
Primero el jefe de los veterinarios nos
llevó a lo alto de un monte para ver a un pastor de lo más rústico que estaba
rodeado por unas cincuenta cabras parecidísimas entre sí.
Yo me preguntaba qué particularidad tendría
aquello; pero en cuanto una de las cabras se apartó unos metros del rebaño el
pastor gritó “¡Aquí, Manuela!”, y ella
acudió presurosa y abriendo la boca para tragarse la almendra que él había
sacado del bolsillo.
Inmediatamente después gritó: “¡Aquí, Juliana!”,
y se repitió la escena con otra, y siguió llamando a quince o veinte más.
-Pero ¿cómo consigue usted esto? –preguntó
asombrado el director general.
-Pues porque llevo muchos años de pastor,
siempre solo aquí por los montes, y sin
hablar con nadie, y en ago tenía que entretenerme.
Después nos desplazamos a la finca de
naranjos, limoneros, mandarinos y pomelos que yo había elegido, y todos los
árboles estaban perfectamente cuidados y muy sanos, pero entremezclados a lo
loco.
El director general volvió a quedarse
perplejo, y en su interior debía de estarse preguntando: “¿Pero Cañizo por qué
me habrá traído a esta finca tan disparatada?”. Y le dijo al dueño:
-No logro comprender por qué lo tiene todo
embarullado, cuando cada cítrico tiene una época de recolección diferente, y
distintas plagas y enfermedades que hay que tratar en diferentes momentos, y
cuando los plantó así se complicó usted la vida para siempre…
El agricultor sonrió y contestó:
-Pues lo hice así tras darle muchas vueltas
al asunto, porque cuando los planté ya habían nacido mis cuatro hijos, y pensé
lo que sigo pensando: que si cuando yo me muera le tocasen a uno todos los
naranjos, a otro los limoneros, a otro los mandarinos y a otro los pomelos, todos
me maldecirían, pues cada cual pensaría que le había dejado lo peor.
Desde luego aquel cabrero y aquel agricultor
eran dos seres humanos admirables.
***
Otra anécdota inolvidable la protagonizó una
viejecita tan sencilla como aquel cabrero y aquel labrador.
Vivía en un pueblo grande de la provincia de
Málaga, en el que además de la iglesia parroquial había otra, y cada una era la
sede de una cofradía. En Semana Santa cada una celebraba su procesión, una con
el Cristo de los Verdes y otra con el Cristo de los Morados, llamados así por
el ropaje y los ornamentos de cada uno de los dos pasos de Semana Santa.
El amigo nacido en ese pueblo y llamado
Ángel que me contó esto siendo él y yo mayores recordaba que durante su infancia
y su adolescencia hubo ocasiones en que los cofrades de uno y otro templo
estuvieron a punto de pelearse a puñetazos durante una procesión, y desde
entonces los dos curas dispusieron que una saliera el Jueves Santo y otra el
Viernes Santo.
Pero como aquello atraía cada vez más
público de forasteros y turistas, e incluso de extranjeros que pasaban la Semana Santa en la Costa del Sol, ambos curas
comprendieron que era mucho mejor que viesen una sola procesión grandiosa, con
ambas imágenes, con todos los cofrades de ambos “bandos”, y con el pueblo en
masa.
Aquel acontecimiento y aquel aluvión de
forasteros emocionaron grandemente a las gentes sencillas, y mi amigo Ángel
(entonces quinceañero) me contó de mayor que a su lado lloraba de emoción una
viejecita, y al preguntarle él por qué lloraba si debía estar muy contenta,
ella contestó:
-¡Ay, Angelito, lloro de tanta alegría y
tanta emoción que siento al pensar en lo contenta que estará la Virgen al ver por fin a sus
dos hijos juntos!
***
Y ahora citamos a Shakespeare, y
concretamente la escena final de su obra titulada Vida y muerte del Rey Ricardo III, de hacia el año 1590.
En plena batalla matan a su caballo, Ricardo
cae al suelo, se levanta y grita desesperado:
-¡Un caballo, mi reino por un caballo!
Es uno de los momentos más dramáticos y más
impactantes de la obra; pero en una representación un gracioso que formaba
parte del público de las alturas gritó:
-¿Te da igual un burro?
El público en pleno se echó a reír a
carcajadas, y cualquier otro actor se habría enfadado y habría malogrado
totalmente la escena; pero aquel resolvió estupendamente el problema gritándole
al gracioso:
-¡Sí! ¡Baja!
***
Y terminamos con otro chispazo algo más largo y más científico pero con un final divertido :)
Y terminamos con otro chispazo algo más largo y más científico pero con un final divertido :)
La mosca blanca y el humor negro
Uno de los días más emocionantes (y
divertidos) de mi vida profesional fue el de la venida a Málaga de un gran
sabio estadounidense de prestigio mundial, para ayudarnos a combatir a un minúsculo
insecto que tenía una mala idea gigantesca.
Era la tristemente famosa mosca blanca de los cítricos (Aleurothrixus
floccosus), cuyas larvitas chupan
la savia de las hojas de naranjos, limoneros, mandarinos, etcétera, y van deteriorando
la copa.
Grandes dificultades para combatirla
El máximo problema se planteaba en los naranjos agrios (o naranjos
amargos) que se alinean en tantas calles andaluzas, en las que no conviene usar
naranjos dulces porque muchas personas cogerían las naranjas, y al hacerlo podrían romper
algunas ramas.
Las larvas están protegidas por unas secreciones blancas a las que se
añaden las gotitas del melazo pringoso que segregan, y la negrilla o tizne que
acude a vivir allí. Y era dificilísimo pulverizar los naranjos de las aceras sin
duchar los primeros pisos con agua envenenada.
El gran sabio americano
Preocupadísimo con aquel problemón cogí un grueso tomo sobre lucha
biológica de un gran sabio de la
Universidad de California llamado Paul de Bach, que había
resuelto problemas semejantes en varios países con la eficaz ayuda de un
insectito bueno llamado Cales noacki,
que mataba a los malos.
En mi calidad de cinéfilo yo veía aquello como una de las películas del
Oeste sobre las luchas entre ganaderos y agricultores, cuando estos últimos
contratan a un famoso pistolero para que les defienda.
Y aquella gran autoridad mundial contestó a mi ansioso fax (pues
entonces no existía el correo electrónico) con otro que decía que llegaría a
Málaga tal día en tal avión con un maletín lleno de tubitos repletos de insectos,
que había que utilizar de la siguiente manera.
Iríamos atando esos tubitos en ramas de naranjos muy atacados de fincas
alambradas y cerradas de noche, para que ningún ladrón de frutas pudiera llegar
en un camión para cortar muchas ramas llenas de naranjas, llevándose quizás
algunos de nuestros queridos tubitos.
La segunda condición era que los propietarios de las fincas jurasen que
no tratarían nunca más, pues matarían a nuestros ayudantes.
La tercera consistía en que
tendríamos que identificar periódicamente con facilidad esos árboles para ir
comprobando con una lupa si nuestros amiguitos se iban extendiendo y
multiplicando, e ir metiendo en tubitos a sus descendientes, para llevarlos a muchas
fincas. (Y yo los fui llevando después por Andalucía y a Valencia y Canarias).
Pensé intensamente durante los días de espera hasta que comprendí cuál
era el naranjal más idóneo.
Su creciente asombro
Cuando le recogimos en el aeropuerto fuimos charlando animadamente, pues
era un hombre simpatiquísimo, y tenía esa sencillez que poseen los verdaderos
sabios. Pero cuando vio que íbamos dejando el campo a nuestras espaldas y
acercándonos a la capital dijo en inglés lo que traduzco aquí:
-¿Pero
cómo es que vamos a entrar en la ciudad en vez de ir a una finca de naranjos?
-Tranquilo, tranquilo, que vamos bien – le dije.
Se quedó calladísimo, y estoy seguro de que en aquel momento empezó a
pensar que se había puesto en manos de un loco, pues ya estábamos entre
edificios altos.
Y su estupor llegó al límite al ver que aparcábamos junto a la puerta
del Cementerio de San Miguel, en pleno casco urbano.
Me miró con ojos desorbitados y dijo:
-¡But this is a cemetery!
Las ventajas del cementerio
Y mientras entrábamos le dije:
-Sí, y lo he elegido porque es el
único sitio de la provincia que cumple las condiciones que me dijo. Hay un
ataque tan tremendo que las personas que vienen con trajes negros se van con
los hombros llenos del melazo blanco. Los ingenieros del Ayuntamiento me han
jurado que suspenderán los tratamientos. Está rodeado con una reja alta y la
verja de entrada la cierran de noche.
Su expresión de estupor y desconfianza iba siendo sustituida por una
sonrisa ilusionada.
-Y es muy fácil recordar los árboles en los que vamos a poner inmediatamente
los tubitos, pues he elegido los naranjos situados cerca de las tumbas y
mausoleos de los Heredia, los Larios, los Gross y los Souviron, y los más próximos a la iglesia. Además nuestra
oficina está cerca y podremos venir frecuentemente para ir cazando los insectos
cuando se vayan multiplicando, y llevando tubitos a muchas fincas de la
provincia.
Y nunca olvidaré sus risotadas y sus exclamaciones mientras se me
acercaba para darme un abrazo y decía abriendo mucho la boca:
-“¡Humorr negrro españoool! ¡Toda
mi vvida llevando bichos porr el mundo, y nunca, nunca en un cemetery!”.