Siempre conviene
empezar con una cita de algún autor preferiblemente olvidado, y yo invoco a Baltasar
Gracián, maestro del conceptismo y la brevedad, que un día del siglo XVII en el
que estaba especialmente locuaz pronunció estas siete palabras: “Lo bueno, si
breve, dos veces bueno”. Y yo voy a ser también muy breve.
Esto ha
coincidido con que yo estaba leyendo cosas sobre Los Siete Sabios de Grecia, y
me he dado cuenta de lo ridícula que es esa cantidad comparada con la de sabios
y sabias que hay en la
Real Academia , cuyas aportaciones enjoyan la colección de
anuarios que comenzó en 2001, al incorporarse Pepe Bornoy, y hasta hace unos
días totalizaban unos 320 artículos, informes, laudatios y textos diversos, a
los que vienen a añadirse los del que presentamos hoy.
Sólo tengo
tiempo para mencionar brevísimamente a siete integrantes de la Academia , y empiezo por nuestro
Presidente, Manuel del Campo y del Campo, del que todos conocen esos dos
apellidos pero ignoran el tercero, que se lo puse yo el día en que se inauguró
la calle que lleva su nombre. El Ayuntamiento tuvo el acierto de dedicarle la situada
ante el antiguo Conservatorio, que además está decorada con unas jardineras con
plantas floridas, por lo cual le dije al terminar el acto: “Desde hoy eres ya
Don Manuel del Campo y del Campo y del Jardín”.
Una de sus
muchas virtudes consiste en que no necesita para nada un ordenador, pues lo
tiene incorporado en su cerebro, y basta con mencionarle el nombre de cualquier
músico de los últimos diez o quince siglos para que recite inmediatamente su
nombre completo, sus fechas de nacimiento y fallecimiento, y la lista de sus
principales obras, y si hay un piano las interpretará en el acto.
Nuestra
querida y admirada María Victoria Atencia posee la elegante sabiduría de llegar
con sus poemas a lo más hondo de las mentes y los corazones de quienes la leemos,
y más aún de quienes hemos tenido la fortuna de escuchar sus recitales. Y
muchos no saben que además es piloto o pilota, y hay fotos que la muestran muy
cerca del cielo de Málaga. E imagino que cuando le venía de pronto la
inspiración en las alturas tenía que pilotar con una sola mano y anotar
rápidamente los aparecidos versos en un cuadernito. Quizás por eso su poesía es
tan elevada y tan celestial.
La que
habría dejado boquiabiertos a Solón de Atenas, Tales de Mileto y los otros
cinco sabios griegos habría sido Rosario Camacho, cuya magna obra titulada Málaga Barroca es uno de los más
admirados y acariciados libros de mi biblioteca, y además ha publicado otras
obras importantes, como la Guía
Histórico-Artística
de Málaga, y en los anuarios nos ha deleitado con trabajos sobre temas tan
variados como la visita de Isabel II a Málaga, las fiestas en la Andalucía barroca, el
Museo Carmen Thyssen y muchos otros.
Pedro
Rodríguez Oliva nos ha ilustrado sobre los ecos de la Grecia antigua en la Málaga romana, los mosaicos
romanos de nuestra provincia, una estatua de Urania reencontrada, unos vasos
egipcios de alabastro, etcétera. Y siempre le imagino con una larga túnica
blanca y una corona de laurel, pues tiene todo el empaque y la grandeza de los
máximos sabios que en el mundo han sido.
María Pepa
Lara investiga siempre con originalidad y sabiduría sobre temas poco tratados
por otros estudiosos, como la historia del cine en Málaga, los chalets notables
del Paseo Miramar, o los patronos de Málaga Ciriaco y Paula.
Estrella
Arcos dispara flechas con su apellido y su juvenil audacia contra algunas de esas
dejadeces que afean a la generalmente bella Málaga, y en el nuevo anuario nos
muestra los tristes deterioros de un edificio muy céntrico, una cueva y un
grupo escultórico.
Y mi séptimo sabio de hoy es Ángel Asenjo, un
gran arquitecto que ha enriquecido Málaga con edificios muy notables y con una
gran personalidad, como por ejemplo ese audaz y modernísimo Palacio de
Congresos que le elogiaba entusiásticamente otro arquitecto malagueño, Ignacio
Dorao, diciéndole: “Ángel, este edificio me fascina tanto que un día serás
culpable de mi muerte, porque siempre que paso por allí conduciendo tuerzo el
cuello para disfrutar mejor de su contemplación, en vez de mirar a los otros
coches”.
Y con esto
termino.
Empecé
citando a un autor antiguo y termino con uno moderno, contando que cuando
Vladimir Nabokov estaba en Estados Unidos en pleno apogeo de su fama, gracias al
gran éxito de su novela Lolita, y de
la película de Stanley Kubrick, se le acercaron al final de una conferencia
unos escritores jóvenes y le dijeron:
-Maestro: ¿puede darnos algún consejo para que escribamos
mejor?
Y él les contestó
sin vacilar, exclamando:
- ¡Cuidad los detalles! ¡Los divinos detalles!
Y eso hace
en sus cuadros y en nuestros anuarios Pepe Bornoy, cuyo nombre completo es José
Manuel Cuenca Mendoza “Nabokov”.
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